martes, 18 de enero de 2011

La firma en blanco (1965)


   Una mujer cabalga sobre un ágil caballo. La jinete oculta un árbol, y el árbol la oculta a ella, sin embargo podemos afirmar que  nuestro intelecto comprende ambas cosas, lo visible y lo invisible. El pensamiento sabe que un objeto oculta a otro, pero lo ocultado no es en sí mismo invisible porque sigue estando allí, mostrándose, por lo tanto lo invisible no se constata mas allá que siendo visibilidad obstruida, donde detrás del objeto que se superpone, sigue brillando la visibilidad  de otro, un paisaje, un rostro. Si viéramos a través del objeto que oculta, veríamos lo visible que sigue estando presente. El ojo no puede ver a través de la solidez de un objeto, pero eso no quiere decir que, lo que hay detrás no exista, es decir, los fenómenos no precisan de nuestra presencia para acontecer, pero si para ser “objetos”.
En términos kantianos, la visibilidad del los fenómenos que aparecen en el cuadro no dependen de la imagen misma, sino que depende una y exclusivamente del sujeto que la experiencie, que bajo sus condiciones de posibilidad de la experiencia (visión) únicamente capta los fenómenos que se dan  y que posteriormente mediante la deposición de su haber categorial habrá alcanzado la objetividad sobre lo que es visible,  y lo que no dentro del cuadro. Es decir, somos nosotros mismos quienes depositamos sobre el cuadro nuestras categorías vacias de contenido para enjuiciar que es lo visible y que lo invisible, de modo que nuestra certeza jamás superará la objetividad. Con lo cual si es mi visión la que constituye la visibilidad de los objetos y esta la que legitima mi visión, lo invisible e invisible del la obra depende de nuestro acto perceptivo de conciencia.
Siguiendo la lógica de Kant, puede constarse que aunque si podremos constatar la visibilidad o invisibilidad de los objetos del cuadro, jamás podremos captar la visibilidad o invisibilidad, que el cuadro posee, en sí misma.



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